Cuando danzo soy libre, verdaderamente libre de ser y no ser, de hacer y no hacer, de querer y no querer. Puedo convivir armónicamente y sin dolor o culpa con la dicótoma de la dualidad.
Convergo y diverjo, y sigo siendo yo, en ese mismo instante. Sigo siendo, sigo existiendo eternamente en el movimiento que por ser efímero, es eterno; porque no volver a existir otro igual, y este movimiento vivir como fue, aunque fuere un instante, eternamente, en mi memoria.
Lloro.
Siento que hay tanta belleza en la música e intento tomarla, acariciarla, darme forma con mi cuerpo, y en mi mortal y humilde intento de hacerlo, me siento una diosa haciéndolo.
Dra. Azadeh Sheykholya.